El Valle del Vacío II
- Deisy Borja
- 24 may 2024
- 3 Min. de lectura
Hace un par de años, llevaba una vida vacía. Transitaba por ella en piloto automático, sin encontrar sentido a nada. Creía que todo lo que me ocurría era producto de mi destino. Crecí escuchando a mi abuela decir: "El que nació para tamales, del cielo le caen las hojas". Lo que realmente me quería decir era que, por más que me esforzara, jamás lograría nada en la vida; que estaba luchando contra la corriente. Esta mentalidad me sumía cada vez más en el sufrimiento y la preocupación por las deudas y la falta de trabajo.
Tal vez mi abuela tenía razón y yo no quería aceptar mi destino, pero sentía en mi interior que había algo más. No era casualidad haber nacido con tantas habilidades. En mi familia, nadie tenía la capacidad de absorber información y aprender tan rápido como yo. No es por presumir, pero poseía talentos y habilidades que no heredé de nadie en mi familia. Esto despertaba mi curiosidad por descubrir qué más tenía la vida para ofrecerme. No era casualidad que lograra terminar mis estudios y la universidad. Algo más debía haber por descubrir.
Mientras estas y muchas otras preguntas rondaban por mi cabeza, mi vida continuaba, enfrentando la crueldad de la vida y atravesando adversidades una tras otra. Con humildad, no quería darle la razón a mi abuela. No quería rendirme. Sentía que debía ser yo quien rompiera el patrón de pobreza de mi familia. Era una lucha constante cada día.
Un día, en clase, conocí a la persona que cambiaría mi vida por completo. Sin embargo, no sabía que tendrían que pasar seis años para darme cuenta de lo que realmente vino a hacer a mi vida.
A veces todos vemos las tragedias como una maldición. A menudo culpamos a Dios y a la vida por lo terrible que nos está pasando. Para ser sincera, yo también lo hice. Fue casi como experimentar la muerte en vida. Sentía un dolor tan profundo en mi pecho que me impedía respirar. Quería arrancarlo de mi pecho para no sentir más. Lloraba abrazada a mi almohada, soltando mi dolor noche tras noche. Al día siguiente, el aroma del café impregnaba mi olfato, recordándome que había sobrevivido una noche más. Tal vez fue lo más cercano que estuve de la muerte. No se quiere vivir cuando estamos llenos de dolor, pero cada día al despertar sabía que aún quedaba más por vivir.
Queridos lectores, no quiero confundirlos con mi triste historia de dolor. Solo quiero que comprendan cómo el dolor se transformó en amor desde que decidí sanar mis heridas. La verdad es que todos estamos sujetos a una historia que nos marcó la vida. Los invito a que pausen un segundo y vuelvan a ese momento en que sintieron que "el mundo se había acabado". Aún estamos aquí, siendo felices y cada día sanando algo nuevo. De eso se trata la vida: enfrentar el dolor y el miedo con coraje y firmeza. Todos tenemos una historia que contar.
En este breve relato, quiero compartir cómo podemos sanar para crecer. Estamos en una era donde la sociedad somete a la humanidad a cumplir altos estándares para estar a la altura de los mejores. Nos han hecho creer que no somos suficientes si no alcanzamos dichos estándares, lo que debilita la mente humana y nos sumerge en un estado de sufrimiento y agotamiento mental y emocional. Quiero compartir cómo logré salir de ese sistema y vivir la vida que soñé, gracias a que logré sanar para crecer.
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